Es imperante que la hípica presione y el Estado comprenda que necesita de herramientas que le permitan alcanzar la autosustentación; el “asistencialismo” no puede ser eterno

El Hipódromo de San Isidro publicó finalmente durante este jueves la carta de entrada correspondiente al mes de octubre y, más allá de la buena noticia que significa su vuelta a la acción, desde diferentes sectores de la industria surgió de inmediato la preocupación ante una frase que encabeza el trabajo.

Como se adelantó, la idea del Jockey Club es mantener la escala de premios que estaba vigente antes de la declaración del aislamiento obligatorio por parte del Ejecutivo Nacional, pero ahora también se confirmó que no será sólo eso lo que seguirá como entonces.

San Isidro pagará el 9 por ciento correspondiente a lo apostado más las montas perdidas en los períodos lógicos, pero el porcentaje que proviene del fondo de reparación (el mayor) sólo se liquidará en la medida que se reciba el dinero proveniente de la Lotería de la Provincia de Buenos Aires; o sea, sin fecha precisa, ni siquiera estimada.

Como es de público conocimiento, Lotería aún debe dinero de las recompensas anteriores a la suspensión de la actividad y sobre los que no hay un compromiso para su cumplimiento.

La realidad marca sólo una cosa: el sistema sobre el que está montado actualmente la hípica argentina en la Provincia de Buenos Aires es caduco, venció, no tiene las cuatro patas necesarias para sostenerse, no es serio. 

El fondo de reparación llegó para dar una mano ante un momento complicado, allá por inicios de los 2000, pero se quedó instalado perenne, como si fuera un impuesto. El “asistencialismo” (por más que estos fondos sean una “reparación” por el daño causado al turf ante la aparición de bingos y máquinas tragamonedas) no puede ser de por vida. Sirve para superar un mal momento, pero acompañado de políticas que permitan un desarrollo y un crecimiento que en el mediano plazo permitan vivir de recursos propios. No pasó eso con las carreras caballos.

Un poco por la propia comodidad de descansar en esos fondos, y otro tanto por la poca capacidad de implementar políticas diferentes y por el retraso en la utilización de las nuevas tecnologías en materias de apuestas, el turf aquí sigue dependiendo de las arcas provinciales, virtualmente fundidas por el Covid-19.

Si bien hace años aparece aprobado por la ley del turf, sólo ahora parece que se pondrá en funcionamiento el juego telefónico móvil (desde los celulares) en el territorio bonaerense, lo que sería sin dudas un antes y un después, un principio para abandonar en un tiempo prudencial esa dependencia o de, por lo menos, que no sea nuestro aire para respirar.

Se sabe que la aplicación será para todos los hipódromos bonaerenses, pero no hay mayores detalles si dependerá de los propios circos hípicos o de un tercero, como se especuló hace algunos días. Un detalle sobre el que se aguarda mejor información.

Palermo tiene un panorama similar, aunque las máquinas tragamonedas terminan siendo un “recurso propio” en algún sentido. Allí siguen esperando que la Lotería de la Ciudad de Buenos Aires se digne a firmar la autorización que les permitiría poner en funcionamiento su app y entrar al sistema de juego online, al simulcasting y al commingle, otras dos armas sobre las que los turf más potentes del mundo se recuestan para el financiamiento de su actividad.

La buena noticia sobre el reinicio de la actividad en los hipódromos provinciales, contrasta con el pequeño problema de volver a un sistema que dos por tres trae una crisis interna. Es momento de cambiar y de dar el salto que todos los países importantes en la materia dieron. Pero para eso se necesita un compromiso absoluto de la política. No sólo de palabras y salvavidas pinchados.

Diego H. Mitagstein