En 1980, hace 40 años, el Hipódromo de San Isidro volvió a recibir su carrera insignia después de una década; más de 100.000 personas llenaron las tribunas para vivir un mano a mano inolvidable

Ese final entre Regidor (Pepenador) y Mountdrago (Sheet Anchor) fue icónico, único, mágico. Esa revista que volaba de la tribuna en la película ya bastante viejita del Gran Premio Carlos Pellegrini (G1) de 1980 fue el más gráfico reflejo de una carrera que quedó marcada a fuego, y de la que se acaban de cumplir 40 años. El inolvidable Alberto Plá sobre el alazán, y Rubén Laitán en las riendas del zaino, hicieron delirar a las más de 100.000 personas que colmaron las tribunas, desplegando a fondo la pasión por el turf.

Fue esa la primera edición del Pellegrini tras la reapertura, un año y unos días antes, del Hipódromo de San Isidro, luego de 10 versiones que se resolvieron en la arena de Palermo, producto del cierre del circo del Jockey Club. No fue una carrera más, tuvo todos los condimentos como para que el adjetivo de inolvidable no le quede para nada grande.

Regidor y Mountdrago, es cierto, se quedaron con las fotos del final, donde el potrillo del Haras Noroma quebró la resistencia del crack de Néstor Yalet. Pero ese Pellegrini fue especial desde el comienzo, contando condimentos que nunca más volverían a darse, y que tampoco había tenido antes.

Fueron 24 los caballos que estuvieron en los partidores esa tarde de sol pleno en San Isidro, con la particularidad de que 10 de ellos llegaron desde el exterior. El peruano Golden Form (Clover) y los brasileños Dark Brown (Tumble Lark), Reichmark (Flower Power) y Leao do Norte (Waldmeister) cubrieron la cuota sudamericana, pero en ese Pellegrini también compitieron los estadounidense Yvonand (Djakao), Sir Gregor (Sir Ivor) y Lucky Way (Lucky Debonair), los franceses Perouges (Tiffauges), Providential (Run the Gantlet) -nacido en Irlanda, pero con campaña gala- y Soleil Noir (Exbury) -luego padrillo aquí y ganador de G1-; y el alemán Pawiment (Mehari).

Si de jockeys se habla, ese Pellegrini también fue fantástico. Los ídolos locales Vilmar Sanguinetti, Juan Maciel, Marina Lezcano y Aníbal Etchart compartieron partidor con monstruos del turf mundial. Ese día Freddy Head corrió a Soleil Noir, con la chaquetilla de Los Cerrillos; y el panameño Jorge Velázquez montó a Yvonand, con los colores de Don Combs; pero también dijeron presente los franceses Alain Lequeux y Jacques le Deunf; los brasileños Antonio Bolino, Luis Yañez y Goncalino Almeida; el estadounidense Edmond Maple; el alemán Otto Gervai; y el peruano Aníbal Prado, el hermano mayor de Edgar.

Pero esa carrera inolvidable tuvo un hecho histórico para el turf nacional, y que fue un llamador para que el público provocara una de las mayores afluencias de todos los tiempos: la presencia del crack Telescópico (Table Play), el mismo que en 1978 se convirtió en el último ganador de la Cuádruple Corona, reencontrándose también con Marina Lezcano y, obviamente, bajo la preparación del entrañable don Juan Esteban Bianchi, después de una campaña con sus vaivenes en tierras europeas y tras reprisar ganando el Clásico José Pedro Ramírez (G3), por 9 cuerpos. Sería, a la vez, su despedida.

El 14 de diciembre de 1980 Regidor, que venía de terminar tercero en el Gran Premio Nacional (G1) -detrás de Pretencioso (Utópico)-, y de vencer en el Clásico Progreso (G3), se quedaría con la copa más preciada de todas superando por el hocico a Mountdrago, con Dark Brown -que en 1981 se llevaría la edición inaugural del Latinoamericano (G1)…- a 8 cuerpos y Lucky Way en cuarto a otros 3. Telescópico era undécimo y la mayoría de los importados quedaba cerrando el lote, con Freddy Head y Soleil Noir en última posición.

Ese Gran Premio Carlos Pellegrini de 1980 en el Hipódromo de San Isidro fue único, mágico, icónico, y terminó el trabajo que los dirigentes del norte hicieron en aquél tiempo para darle esplendor a un espectáculo que luego entró en bajada hasta nuestros tiempos. Paradójicamente, aquellas tribunas en las que no entraba un alfiler, contrastarán 40 años más tarde con el marco vacío que tendrá la carrera más importante del turf sudamericano el sábado próximo, producto de la pandemia. 

Regidor, Mountdrago, San Isidro, los extranjeros, las figuras y aquella revista que voló hasta el cielo ante la magnitud de una carrera que lo tuvo todo antes y que ofreció el final más emocionante de todos. Otros tiempos, es cierto, pero inolvidables…

Diego H. Mitagstein