En Churchill Downs, hace 12 años, el crack conquistaba el Breeders’ Cup Classic (G1)
Al toparse después de algunos años con las torres gemelas más famosas del turf mundial, resulta imposible para el cronista que los recuerdos de aquella tarde inolvidable para el turf argentino a nivel mundial, tardan milésimas de segundo en volver a la mente, frescas, claras, contundentes, como si hubiera pasado ayer.
El abrazo con el entrañable y extrañado Rodolfo Lamperti y con Alfredo Farioli fue interminable en ese palco propiedad del Shadwell Farm que, a lo argentino, “usurpó” quien escribe y sus compañeros para poder tener la visión más clara posible de semejante epopeya. Fue la escena que coronó una serie repleta de ilusiones que se concretaron cuando el zaino nacido en Santa Inés remató violento en la recta para darle una paliza hípica al favorito Bernardini. Para dejarle en claro al mundo que él era el mejor de todos.
Las torres gemelas de Churchill Downs siguen allí firmes, observando cada carrera que se disputa en una de las pistas más emblemáticas de todas. Allí, otra vez, la esperanza es gigantesca con las banderas sudamericanas, ahora ya en multitud y como moneda mucho más corriente en la serie más famosa de todas que en aquellos tiempos de apariciones más esporádicas. Otra vez se sienten las cosquillas de saber que algo bueno está por llegar, más allá de los resultados que se terminen dando. Otra vez el orgullo de una hípica que le pone corazón a su economía flaca, gana la carrera antes de la largada.