Sólo 4 ganadores del Kentucky Derby desde 1960 a la fecha costaron por encima de los 500.000 dólares

Por Diego H. Mitagstein

La pregunta es hasta lógica hoy: ¿gastar una fortuna en un potrillo garantiza el éxito? ¿Al menos acerca a los propietarios a los discos soñados? La victoria de Medina Spirit en el último Kentucky Derby (G1), la carrera que todos quieren ganar en los Estados Unidos, volvió a poner sobre el tapete una de las discusiones más viejas de la hípica y que, como casi todas, tiene montones de hipótesis y posturas.

No hay dudas que los productos de mejor pedigree, mejor criados y buen físico son un boleto “algo” más seguro dentro de un negocio en el que el crack puede salir del medio de la nada y ser hijo de “pan con grasa”. Sin embargo, cuando hay cifras y evidencias, la cuestión empieza a ponerse algo menos complicada si de dar con la respuesta más cercana a la perfección se trata. Es más, reafirma eso de pensar que, más allá de un caballo, son cientos de otros factores los que terminan haciendo historia… Pero, por sobre todo, que el dinero no lo garantiza nada.

Hijo de Protonico (Giant’s Causeway), Medina Spirit costó apenas 1000 dólares cuando se lo ofreció como yearling, la nada misma, como si aquí se hubiera vendido en 2000 pesos, aunque su valor trepó a los US$ 35.000 cuando se lo subastó a los 2 años. 

Desde 1960 a la fecha, según un estudio que realizó el sitio Horse-Races.net después de la carrera, la mayoría de los ganadores del Kentucky Derby costaron menos de 50.000 dólares en ese período, sin medir el peso de la inflación, vale la aclaración. Es más, desde la primera versión de las rosas fueron sólo 4 los productos vendidos en remate público que costaron US$ 500.000 o más: Fusaichi Pegasus (Mr. Prospector, US$ 4.000.000), Winning Colors (Caro, US$ 575.000), Justify (Scat Daddy, 2019, US$ 500.000) y Alysheba (Alydar, US$ 500.000).

Sin viajar hasta los 1200 dólares que costó Canonero (Pretendre) antes de vencer en el Derby de 1971 o a los 6500 que se pagaron por Dust Commander (Bold Commander), el héroe en 1970, se pueden apreciar datos como que Mine That Bird (Birdstone, vencedor en 2009) costó 9500, o que por Real Quiet (Quiet American), que estuvo a nada de ser el triplecoronado de 1998, se desembolsaron 17.000.

Cracks como Seattle Slew (Bold Reasoning), Spectacular Bid (Bold Bidder), Sunday Silence (Halo) o Unbridled (Mr. Prospector) se compraron por 17.500, 37.000, 32.000 y 70.000 dólares, respectivamente. Plata relativamente baja.

En la otra punta del análisis, de los 20 productos que corrieron el Derby en el período estudiado y que se subastaron por un millón de dólares o más el único que consiguió alzarse con el trofeo fue Fusaichi Pegasus. Lion Heart (Tale of the Cat), yearling de US$ 1.400.000, fue segundo en 2004 y el resto apenas pudo terminar del cuarto lugar para atrás. La estadística es terminante.

Si se toman como referencia aquellos 3 años que fueron parte de la gran carrera de Churchill Downs a los que se le bajó el martillo por encima de los US$ 575.000 durante el mismo lapso de tiempo, sólo se suma a la lista de ganadores la potranca Winning Colors, aunque la cifra de ejemplos trepa hasta 39, con otro detalle: de ellos, sólo 6 terminaron entre los 5 primeros, el 15,3 por ciento.

La cantidad de nacimientos en los Estados Unidos fluctuó desde los 15.000 hasta más de 40.000 hace unos pocos años, aunque ahora ronda los 20.000, por lo que encontrar el boleto ganador puede ser mucho más complicado que, por ejemplo, en Argentina, donde el promedio de crías de los 10 años más cercanos anda por los 6500.

Bob Baffert parece tener la fórmula de la Coca-Cola, y casi siempre con una inversión menor. El único cuidador que ha logrado ganar el Kentucky Derby en 7 ocasiones (¡fabuloso!), lo hizo con Medina Spirit (US$ 35.000), Authentic (Into Mischief, US$ 350.000), Justify (US$ 500.000), American Pharoah (Pioneerof the Nile, US$ 300.000), War Emblem (Our Emblem, 20.000), Real Quiet (17.000) y Silver Charm (Silver Buck, 100.000). Por sus 7 Derby Winners Baffert pagó un total de 1.422.000 dólares, con un promedio de US$ 203.143, menos que la media de un día 1 de ventas en Keeneland.

Queda claro que en materia de caballos de carrera el dinero no compra la felicidad; ni siquiera parece acercarla demasiado. Aunque sí hace que las ilusiones sean mayores. Hasta que hay que salir a la pista, claro. Una vez allí, los billetes son una anécdota y el corazón es lo único que vale.