La jornada patria en San Isidro fue un éxito de taquilla, con 28,5 millones de pesos en recaudación

Fue coincidencia; comentario obligado a lo largo de la estupenda tarde que se vivió el sábado último en el Hipódromo de San Isidro con una nueva versión del renovado Gran Premio 25 de Mayo (G1). La felicidad fue denominador común en los “burreros de siempre” ante la excelente cantidad de público que acudió a la cita, imantada no sólo por los espectáculos de alto vuelo que se prometían en la pista, sino también por la multiplicidad de acciones que desde el Jockey Club se ensayaron para darle un marco familiar a la “velada”.

El sistema que desde hace ya varios años utiliza Palermo en sus fechas clave -y que también ponen en práctica Azul y La Punta, en el interior-, es hoy ya moneda corriente en el coloso del norte, y a las pruebas habrá que remitirse para llegar al balance positivo de la historia.

En un fin de semana donde todos se maravillaron con la multitud que no dejó un centímetro libre en las tribunas del hipódromo de Tokyo, en Japón, para el Derby local, el Yokyo Yushun (G1), aquí nos pusimos felices con volver a hacer colas para jugar, tener que esperar un ratito para que llegue el café a la mesa ante la demanda elevada y muchas otras situaciones propias de cuando la gente dice presente.

Está claro que el año tiene 360 reuniones de carreras y que no en todas ellas el despliegue puede ser tan fuerte a nivel de atractivos, ni para los espectadores ni para los apostadores, pero el turf nacional al menos encontró ya la receta como garantizarse el éxito en los días más fuertes de cada calendario. Era una asignatura pendiente, y la dirigencia la saldó.

Por supuesto que hay más y mejores cosas a las que echar mano; será cuestión de ir puliendo, sacar de circulación aquellas cuestiones que no funcionaron, ratificar el rumbo con esas que tuvieron aceptación y buscar “nuevas incorporaciones”, pero, “la base está”, como decía el DT.

Es lindo esperar un poco para jugar, pedir permiso para pasar o ver cientos de niños correteando por los patios de nuestros hipódromos con un programa hecho conito en sus manos para usarlos de fusta, en esas “cuadreras” que se corren a la vista de todos. El turf tiene esperanza.