Doble ganador de G1, llegó este lunes al Haras Firmamento, donde en 2021 comenzará su rol en la reproducción

Por Néstor Obregón Rossi

LIMA, Perú (Especial para Turf Diario).- El Hipódromo de Monterrico llegó a los 60 años. Seis décadas donde la pasión por los caballos de carreras y las carreras de caballos quedaron impregnadas en las tribunas, en las bellas instalaciones de un coloso que hoy en día, incluso, sigue siendo considerada una verdadera obra de ingeniería.

La historia arranca en 1952, cuando la administración de Ernesto Ayulo Pardo adquiere los amplios terrenos donde antes existía el fundo Monterrico. Fueron en total 1.210.944 m2s a un valor de S/ 5.06.874,71 (unos US$ 325.000 de la época).

Era una fortuna, pero había plata, ganas y visión. El Jockey Club del Perú -fundado menos de una década antes- y la hípica en particular empezaba a ver un auge con las reformas que se hicieron a la apuesta La Polla, despertando confianza en el público apostador, lo que se graficó en un aumento significativo del juego, ya no solo por parte del público masculino, sino de las mujeres.

Esto permitió que se crearan las condiciones económicas para invertir en un terreno propio, que le diera a la institución rectora de la actividad, por fin, un lugar donde se disfrutara del espectáculo hípico.

Cabe señalar que San Felipe y antes Santa Beatriz se habían construido en terrenos cedidos por la Municipalidad de Lima por 99 años (de 1900 a 1999). Entonces, Monterrico significaba la cristalización de un sueño que, valgan verdades, solo fue capaz por el trabajo conjunto y sostenido de cuatro directorios consecutivos, algo que -desgraciadamente- sería impensable en estos tiempos.

Una vez adquiridos los terrenos, se le encargó a los arquitectos Alfredo Dammert, Gerardo Lecca y Manuel Valega, los planos para la edificación de las instalaciones, iniciando sus labores en 1955. Adicionalmente, se contrató a la empresa Graña y Montero para que ponga en ejecución la obra.

Cuando se tiene voluntad de hacer las cosas y se trabaja apuntando a un objetivo, todo se hace más posible. Así lo entendieron cuatro socios del Jockey Club del Perú que priorizaron sus agendas de trabajo para continuar lo que sus antecesores avanzaron para llegar a la culminación del nuevo hipódromo.

Así, bajo la administración de Ernesto Ayulo Pardo se compraron los terrenos, con Óscar Berckemeyer se culminaron los procesos legales para la toma de posesión del lugar y la colocación de la primera piedra el 12 de octubre de 1954; con Gustavo Prado Heudebert se avanzaron las obras de construcción; y con César del Río culminar dicho proceso y organizar la ceremonia de inauguración. Todo ello en solo un lapso de 8 años y sin descuidar el avance y consolidación de la industria hípica en el Hipódromo de San Felipe.

La fecha histórica

Domingo 18 de diciembre de 1960. Era la 1:30 p.m. de un día soleado. Monterrico abría sus puertas por primera vez al público aficionado, que -en masa- llegó desde diferentes puntos de la ciudad.

Diez días antes, el jueves 8, se había disputado la última carrera en hoy desaparecido Hipódromo de San Felipe. Simun, con Javier Canessa, había logrado cerrar una historia de lujo en el recinto de la Avenida Salaverry, que había empezado 20 años antes, en 1940.

Monterrico representaba la prosperidad, la modernidad, el progreso. Y un hecho de esta naturaleza no podía pasarse por alto.

Fue un acontecimiento social y deportivo que concitó el interés de muchos. Tal es así que el Presidente de la República de entonces, Manuel Prado y su esposa, Cloringa Málaga de Prado, asistieron en calidad de invitados especiales para la inauguración. Asimismo, los dos Vicepresidentes de la República, los Presidentes de las cámaras legislativas (senadores y diputados), los Ministros de Estado, el Presidente de la Corte Suprema, Embajadores y numerosas personalidades de las altas esferas políticas, económicas y sociales de nuestro país.

Algo que corona la importancia de esta inauguración fue que el Diario El Comercio contrató una avioneta para sobrevoltar los terrenos de Monterrico y fotografíar desde el aire vistas de la ceremonia. La comisión le fue encomendada a los reconocidos periodistas Francisco Igartúa y Alberto Rojas.

Así de importante era la hípica hace 60 años en nuestro país.

La primera reunión

En la última carrera de San Felipe, Simún, del Stud Talismán, había logrado la victoria sobre Empire State, Tacama Rose y Week End. 

Este último, sin embargo, sería el encargado de hacer historia, pues fue el ganador de la primera carrera disputada en el Coloso de Surco.

Era un caballo chileno, hijo de Westerland Prince y Manodia, que defendió los colores del Stud Arequipa y que fue presentado por Miguel Salas. Marcó 58s2 para los 1000 metros y venció por 3/4 cuerpos, precisamente a Simun, que podía haber pasado a la historia como el caballo que ganó la última carrera en el viejo hipódromo y abrió la vida deportiva del nuevo circo hípico.

Esa tarde del 18 de diciembre se disputaron 10 carreras y la prueba central fue el Clásico Mariano Ignacio Prado Ugarteche, carrera que fue ganada por el caballo Pensador, un hijo de Yo Yo y Pensadora del Stud Pacífico. Montado por Augusto Soto y presentado por Santiago Salaverry para los colores del Stud Santana, venció por casi 2 cuerpos al favorito Pórfido sobre 2500 metros.

Enrique Alexander, propietario de Pensador, recibió aquel día un trofeo de manos del Presidente Prado. 

“Nuestra mayor aspiración es que este hipodromo que reúne todos los adelantos de la técnica más moderna, que puede compararse dignamente con los mejores del continente y al que espera un futuro brillante, será por muchos años el primer centro de las actividades hípicas en el país”, fueron algunas de las palabras de César del Río durante su discurso inaugural.

Un lugar de esparcimiento

Es imposible no recordar al Monterrico juvenil de los 80, todavía con sus tribunas completas (primera, segunda y pelousse), entrar caminando desde Javier Prado en medio del bosque de palmeras y chocar con esa edificación majestuosa, con lunas donde uno podía imaginar las maravillas que podía esconder.

Hacer la fila, pagar por la entrada o simplemente colarse a la Tribuna de Segunda para ver las últimas carreras del domingo y gritar junto al ‘tío’ que no conocías, o al ‘primito’ que se pegaba buscando venderte un reenganche. 

Pero Monterrico era también el sitio de las buenas butifarras, de los helados de crema, del túnel misterioso que pasaba por debajo de la pista de carreras, de los columpios y resbaladeras mucho antes del Daytona Park, de la laguna donde de cuando en cuando se venían algunos patos nadar, del chifa de La Pelousse donde solo comías si te ganabas un buen billete (de lo caro que era), de la visita del Papa Juan Pablo II, de los conciertos, de las ‘carreritas’ con tus patas en las explanada desocios o en la popular. De un sinfin de anécdotas y recuerdos que lo hacen imborrable en la memoria.

Sesenta años de cambios

En estas seis décadas, desde aquel 18 de diciembre de 1960, el Hipódromo de Monterrico fue sufriendo una serie de transformaciones, muchas de ellas alejándose de aquello para lo cual fue construido.

Las crisis económicas -que en verdad solo son consecuencias de malas gestiones- hicieron que poco a poco se fueran perdiendo terrenos.

Si bien se cedieron algunas extensiones para, por ejemplo, la construcción del Colegio Fiscalizado, la ampliación del primer kilómetro de la actual Panamericana Sur, el Trébol de Javier Prado o incluso la Sede Social Deportiva, también se fueron perdiendo espacios como la pista chica (donde actualmente funciona el Centro Comercial Jockey Plaza) y recientemente los muros perimétricos tradicionales, que permitían al Coloso de Surco decir ‘presente’ en medio de la vorágine de la ciudad.

Pero hoy ese hipódromo, ya maduro y pintando canas seguramente, cumple años y los hípicos debemos rendirle el homenaje que se merece.

Total, allí fue una especie de segunda casa los fines de semana. Allí dejamos garganta, gritos, lágrimas, abrazos, risas y plata. Fue el sitio donde aplaudimos juntos a nuestro caballo campeón, donde el corazón nos palpitó al máximo en un final reñido, en una llegada de cabeza a cabeza. Allí, seguramente, nos enamoramos, nos peleamos, pero por encima de todo disfrutamos de las  largas jornadas donde por espacio de unos cuantos segundos o pocos minutos, quedamos imnotizados ante la belleza de una carrera de caballos o ante la majestuosidad de un brioso caballo de carreras. Felices 60 años, Monterrico. Gracias por tanto y larga vida.