El caballo más popular del país le dio vida a una tarde diferente e inolvidable en el Hipódromo de Palermo

Por Diego H. Mitagstein

No tendría más de 6 años, y, seguro, un bellísimo nombre. Era chiquita y rubia, de pelo largo con simpáticos rulitos. Una multitud intentaba acercarse al crack, al caballo más querido de todos; guardar en el corazón el recuerdo burrero imborrable de la selfie con el campeón el día de su gran regreso a Palermo; “histórico”. Ella, con su voz aguda, caminaba hacia la zona de los boxes de exhibición de la mano de su padre; en un momento se detuvo, lo miró y le dijo: “Papá, hoy corre Sharper; y Sharper nunca pierde, ¿no?”.

La escena de ternura plena fue la síntesis de una tarde bien distinta a todas en el viejo hipódromo de la Avenida del Libertador; el día en que muchísima gente se arrimó atraída por el campeón del interior y su sonado retorno a “las luces”. Fue impresionante: la redonda parecía la de un gran premio y cuando se largó el Handicap Vitelio las tribunas estaban repletas, poseídas por la esperanza de que el cuento tuviera final feliz.

Poco importó que Sharper hiciera lo que la mayoría pensaba: correr adelante fuerte la primera mitad para luego ceder y quedarse hasta cerrar la marcha anteúltimo, lejos de Quiero Sardina (Manipulator), el gran ganador del “duelo”; si eso de ganador sólo se decide por un marcador…

El alazán del Stud Santo Domingo, el guerrero de las cortas; el “matador”, como lo apodaron ante su impresionante paso por las cuadreras, provocó una revolución en Palermo; una revolución que fue un huracán de aire fresco que hizo sentirnos a todos vivir una fiesta y soñar que, aunque guardada, la pasión siempre tiene el 1 de largada cuando el espectáculo hípico lindo llama.

Palermo se sintió vivo, respirando fuerte; suspirando. Y todo gracias a un caballo que hacía casi 4 años que no pisaba su arena. Al crack que en todo ese tiempo se había dedicado a llenar hipódromos tierra adentro, a llevar espectáculo y alegría al hípico de corazón, engrandeciendo ese turf del interior que ahora le dio a los máximos un crack, al revés de como ocurre casi siempre.

Se tejieron miles de historias. Que hubo gigantescas apuestas mano a mano; que los “banqueros” hacía tiempo no trabajaban así. Lo cierto, lo real, fue lo que se vio: Palermo lleno un lunes laborable a la tarde, y el balance de una recaudación que al final del día habló de 15.223.222 pesos. Impresionante.

“Miren lo que es capaz de hacer un solo caballo”, decía por allí un cuidador con años de experiencia por aquí a algún dirigente, tratándole de hacer notar que hay sogas de las que sostenerse aún cuando el deporte parece ya no convocar lo que convocaba.

Pero en el turf, como en cualquier actividad, sus seguidores, sus amantes, saben como adorar a sus figuras; rendirle tributo y pleitesía. Generosos para con esa estrella que tanto produce.

Al final de la noche, con las tribunas en silencio tras la derrota que todos soñaron victoria, el campeón se retiraba en silencio junto a los palos con su peón, lejos de los flashes que adornaban la coronación de Quiero Sardina. Pero, al fin de cuentas, es cierto lo que decía la rubiecita tierna a su papá: Sharper no pierde nunca…