El querido Gringo falleció en las últimas horas; su martillo, la creación de Don Florentino y la herencia que queda en manos seguras
LA FRANCIA, Córdoba.- ¿Cómo no se lo va a extrañar al Gringo? No se perdió ninguna, vivió la vida a pleno, disfrutó, se llenó de amigos e hizo de los caballos una pasión; su gran pasión. Su partida duele, mucho, muchísimo, pero las miles de historias que dejó y todo su trabajo por el turf nacional y, específicamente, del interior del país jamás será olvidado.
La salud de José Luis Grimaldi hacía ya un largo tiempo lo venía complicando, pero la peleaba con alma y vida, sin abandonar la gran mayoría de las cosas que le gustaba hacer y buscando aprovechar al máximo esos últimos momentos, de la forma en que el cuerpo se lo permitiera. Pero su corazón se apagó este miércoles, llenando de dolor a todos quienes tuvieron el gusto de tratarlo y concerlo.
El Gringo era un verdadero personaje. Entrañable, querible y generoso, que, además, supo legar en sus hijos y nietos que no había nada en el mundo mejor que los caballos de carrera, garantizando que Don Florentino, su haras, su creación, su enorme logro hípico, continúe más allá de sus tiempos.
Desde su campo en esta pequeña localidad transformó a su cabaña de un emprendimiento en modo hobbie a una operación modelo, la más grande de todas las que funcionan más allá de los límites de la Provincia de Buenos Aires, sobre todo desde que sus hijos Luis y Lucas tomaron las riendas, acompañados ahora por Luciano, el hijo de Luis.
Piavolo (Farley) fue uno de sus grandes caballos ganando adentro y afuera, tiempos en los que el Gringo gritaba también a Mascardi (Mariache) y, sobre todo, a Le Soleil (Laramie Trail), el notable sprinter que antes de llevarse de padrillo le detuvo el corazón cuando perdió por el hocico ante Paranoide (Friul) en ese inolvidable cierre del Gran Premio Félix de Alzaga Unzué (G1) de 1993, en un carrerón.
Fancy Cruz (Giacomo), Arrogador (Arrollador), Manicómico (Anjiz) y Cuatrera (Country Doctor) fueron otros de los caballos que también disfrutó a pleno, haciendo miles de kilómetros a sus chatas para recorrer los máximos o las pistas del interior, porque lo disfrutaba por igual.
Se fue el Gringo, y para muchos ya nada será igual. Deja un legado, una historia de vida y un futuro; y deja Don Florentino. Seguro, desde el lugar donde esté, verá feliz todo lo que hizo en su paso por este mundo; seguirá gritando la chaquetilla y acompañará a sus hijos y nietos en cada disco ganador.
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