El cuidador se lució con Seteado Joy para ganar por tercera vez el Gran Premio Estrellas Juvenile (G1)

Toda charla con Roberto Bullrich es jugosa, entretenida. Si hay algo que caracteriza al cuidador es no tener tapujos a la hora de las declaraciones, con la ventaja de mantener históricamente una línea de coherencia en su palabra que hace que se la respete. Decir la verdad aunque duela no es algo que se premie en este país tan particular, y muchos subestiman a las personas que siguen ese camino, aún a sabiendas de que es el correcto.

Esa forma de pensar en pos de la justicia y la honradez son algunos de los motivos por los que Coco, como le dicen todos, puede caminar tranquilo después de más de 3 décadas de trabajar con entrenador de caballos de carrera, un tiempo suficiente para erocionar a cualquiera. No es una cualidad común en el ambiente…

Bullrich volvió a disfrutar de una gran tarde en Palermo, como tantas veces, ahora gracias al prometedor Seteado Joy y su inapelable conquista del viernes último en el Gran Premio Estrellas Juvenile (G1), una prueba que ya había ganado en 1996 con Refinado Tom (Shy Tom) y en 2017 con Puerto Real (Pure Prize).

No fue una victoria común, por el momento, por las circunstancias, por la coyuntura, provocó sensaciones distantes con las de otros momentos para el profesional: “Mi primera sensación fue rara por todo los que nos pasó y nos viene pasando. Fue sentir que estamos vivos a pesar de todo, que todo funciona pese a todo; que seguimos siendo competitivos. Nos pasamos seis meses sin correr y para mí que me gusta ir poniendo los caballos con carreras, era un desafío. A la vez, sentí que festejé mucho, que quizás no debí hacerlo porque hay mucha gente nuestra que la sigue pasando mal”, dice, con esa generosidad que siempre le brotó por los poros.

“Bajé rápido, mucho más rápido que cuando generalmente te toca ganar una carrera de estas, que por ahí tenés el pecho inflado 10 días. Volví a la realidad prontito”, reafirma sobre el concepto anterior.

Para Bullrich, lo hecho por Seteado Joy fue “Un enorme envión. Quedé muy contento, incluso porque además llegamos terceros con Nuwara Eliya en el Juvenile Fillies, una potranca de los Fabre y con la que me pasó una anécdota divertida en las semanas previas. Siempre hablo con Lavigne, la hija de André, y cuando les dije que tenía ganas de correrla esa carrera me dijo: ‘usted es el entrenador’. Va a ser una potranca macanuda en 2000 metros…”.

Para el profesional la Polla parece un destino lógico para Seteado Joy y Nuwara Eliya y, en principio, para eso trabajará. El potrillo le pagó una deuda que guardaba: “Después de cómo salió de perdedor, creí que el Kemmis lo ganaba por una cuadra, y cuando corrió tan mal me dejó destruído. En el Luro mejoró, aunque siguió sin mostrarme lo mejor, pero por lo menos se arrimó arriba. Ahora finalmente me dio todo, ya en la previa lo veía más hecho y más tranquilo, Fabricio -Barroso, el jockey- me lo venía diciendo. Las 2 pasadas habían sido muy buenas”.

Bullrich preparó a Stormy Sexology (Bernstein) y a Ultrasexy (Equalize), la madre y la abuela del mejor dos años de la actualidad, pero no cree que eso pueda llegar a ser una ventaja competitiva: “Es una familia que me encanta, porque te garantiza clase y posibilidades de llegar a las distancias clásicas. Además, Stormy Sexology para mí era una pinga, una yegua que quise mucho cuando me tocó entrenarla. Son esos pedigrees que rinden cuando las cosas se ponen bravas”.

La estructura de Roberto Bullrich no es la de otros tiempos. Tras la desaparición de La Biznaga debió formatear su modelo y adaptarse a otro estilo, a un stud más pequeño y a privilegiar la calidad por sobre la cantidad. “Hoy tengo 20 boxes y en ese ámbito estamos caminando. Tengo caballos de Triunvirato, de Comalal, de Nachito Pavlovsky, de los Fabre y de Santiago Blaquier. Cuando se fue La Biznaga cambié todo, y más todavía cuando nos dejó Carlitos -Martinez de Hoz. Yo no me quería ir con La Biznaga, que fue todo para mí. Fue una etapa magnífica, de historia, no es lo mismo tenerlos que no tenerlos. Para mí era un desafío no desaparecer, demostrar que había Coco después de La Biznaga. Y no es nostalgia, es una realidad. Estoy recalculando. Como será que si hoy me ofrecieran un stud con 25 caballos no se si diría que sí, seguramente agradecería y seguiría como estoy. Lo pensaría 2 veces porque en estas condiciones y en un país tan imprevisible todo se hace mucho más complicado”.

Hablar con Roberto Bullrich es amplio, es un recorrido por temas bien variados. La actualidad de la hípica argentina no se puede pasar por alto y la propuesta del cronista pasa no por cuestiones que pasaron o que pasan, sino en qué piensa que puede ayudar a nuestra hípica a dar el postergado salto de calidad.

Locuaz, inteligente, no duda demasiado a la hora de responder, como siempre, con sinceridad plena: “Lo primero sería privatizar los dos hipódromos grandes de la provincia: San Isidro y La Plata. Puedo tener muchas diferencias en temas diversos con Palermo, pero es una realidad que conocemos todos que cuando se privatizó salió del pozo, creció y se transformó. Estaba en deterioro permanente y emergió en manos privadas, con reparos, pero sí es cierto que salvó al turf. Es hora de una urgente profesionalización, porque hoy necesitamos gente que esté 24 horas pensando en trabajar en el turf. Esto lo hablé con todos los Presidentes del Jockey Club que tenga memoria. No podemos pensar en vivir toda la vida de un fondo de reparación, hay que sincerarse con el juego porque creo que todo se puede mantener con recursos propios pero explotados como corresponde. Hay que sentar a las loterías y buscar arreglos potables para todos los sectores para desplegar el juego contenido. El simulcasting y el commingle son otros pasos a dar, no podemos olvidarnos que nuestra producción cayó en 2000 caballos en pocos años. La emergencia no puede ser eterna, sirve para la coyuntura, pero no como plan”. 

Diego H. Mitagstein